Asesoría e Investigación en Temas Jurídicos, Económicos y Sociales.

miércoles, 24 de enero de 2007

¡Quien no arriesga no gana!

Por: Gabriel González Delgado

La estabilidad económica que experimenta un Estado debería conceder a sus gobernantes la tranquilidad suficiente para concentrarse en resolver problemas estructurales y sociales profundos, para desarrollar un plan de gobierno moderadamente ambicioso. En suma para actuar con la ponderación y coherencia que una estabilidad económica otorga.

En su segundo gobierno, Alan García se ha encontrado con un Estado que goza de una economía estable que le ofrece la posibilidad de reivindicarse ante el pueblo peruano a través del desarrollo de medidas profundas destinadas a solucionar los inacabables problemas de nuestro país. Sin embargo, esta misma circunstancia ha generado en la población una gran expectativa por lo que este gobierno pueda concretar a partir de una relativa bonanza económica (incluso me atrevería a decir que una expectativa desproporcionada), y porque el saldo relativamente positivo del gobierno anterior ha colocado una alta valla que deberá superar García para que pueda lograr reivindicarse con el Perú. Adicionalmente debe considerarse que Alan García Pérez, tiene una deuda pendiente con todo el país, y no nos referimos a la deuda que tiene todo gobernante con el pueblo que lo ha elegido sino que es la deuda de un ex gobernante que destruyo el sistema productivo de un país, y que sumió en la miseria a todo un pueblo (excepto, claro a aquellos que se enriquecieron ilícitamente).

En este sentido, podemos considerar que Alan García tiene una doble presión: la constituida por las expectativas del pueblo en su gobierno y la que implica su deseo por reivindicarse políticamente ante el pueblo que le ha dado una nueva oportunidad.

De otro lado, emprender reformas estructurales radicales, como las que son necesarias en el Perú, no es fácil para ningún gobernante, y no necesariamente por la complejidad que per se envuelven este tipo de reformas, sino porque toda reforma radical supone medidas radicales, y las medidas radicales suelen generar posiciones encontradas al interior de la población, lo cual significa poner en riesgo la popularidad del gobernante. Si toda reforma radical es compleja para todo gobernante, para un Alan García doblemente presionado debe serlo aún más porque ello significa poner en juego un factor demasiado importante para un gobernante - sobre todo para él - y que es su popularidad.
Consideramos que nuestro presidente ha optado por lo más fácil, no realizar “movimientos riesgosos” que puedan afectar la buena relación que experimenta por ahora con la población y ha preferido asumir un liderazgo meramente coyuntural[1] a través de la manipulación de temas mediáticos como el de la pena de muerte. A 180 días de su gobierno, aún Alan García no se decide a arriesgar, pero quien no arriesga no gana.

[1] Un liderazgo que es muy probable que se quebrante con el pasar de los meses, cuando se intensifique la impaciencia de la población por la postergación de reformas estructurales que el mismo García se comprometió a realizar en su campaña, y cuando nuestro presidente ya no pueda desviar la atención de los principales problemas del país con su retórica populista.

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