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jueves, 1 de marzo de 2007

Los riesgos de una acción insensata

Por: Leonidas Wiener Ramos

La decisión de Corea del Norte de detener su programa nuclear, como resultado de las conversaciones multilaterales encabezadas por Estados Unidos, ha significado un punto positivo en la política exterior de este último. Por un lado, se ha cumplido el objetivo de lograr el desarme nuclear norcoreano a través de las vías diplomáticas, a pesar de las concesiones económicas brindadas al gobierno de Pyongyang, y aunque no se garantice plenamente el cumplimiento de los acuerdos. Por otro lado, le permite a Estados Unidos cerrar un frente de potencial amenaza, y concentrar sus acciones en otro de los miembros del “eje del mal”, el régimen teocrático iraní.

El gobierno iraní se ha venido manifestando reiteradas veces en contra de detener su programa de enriquecimiento de uranio, señalando como pretexto que sus planes tienen fines pacíficos. Fuera de cualquier especulación sobre las reales intenciones del régimen de Teherán, lo cierto es que actualmente Estados Unidos viene volcando todos sus esfuerzos diplomáticos para detener el desarrollo nuclear iraní. Si se analizan las últimas declaraciones de los funcionarios del gobierno de Teherán, parece poco probable que los objetivos estadounidenses puedan cumplirse, al menos en un corto plazo.

En tal sentido, suponiendo un escenario donde las vías diplomáticas han fracasado y la intervención militar es el siguiente paso: ¿cabe esperar una acción de este tipo por parte del gobierno de los Estados Unidos?. Lo razonable sería que no, aunque las acciones emprendidas hasta el momento por el gobierno de Bush disten de serlo. Sin embargo, en este momento existen sobradas razones que juegan en contra de una eventual decisión estadounidense de efectuar una intervención militar, tanto en el ámbito interno como en el externo.

En el ámbito interno, la victoria de los demócratas en las últimas elecciones parlamentarias ha evidenciado la creciente insatisfacción del pueblo estadounidense con las políticas del gobierno de Bush, sobretodo en lo referente a la guerra en Irak. Actualmente, ante el aumento de la violencia sectaria en dicho país, el gobierno estadounidense tiene planeado aumentar su contingente militar destacado, así como ampliar su presupuesto de defensa. Los legisladores demócratas, que cuentan con mayoría tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado, ya han manifestado su oposición a estas políticas, y probablemente puedan entorpecer los planes de Bush en lo referente a la ampliación del presupuesto militar.

Asimismo, el próximo año se celebrarán las elecciones presidenciales, las cuales, a juzgar por las tendencias, podrían colocar a un demócrata en el poder. De cumplirse estas predicciones, y en caso de que la actual administración Bush decidiera emprender una acción militar contra Irán, un eventual gobernante demócrata no tendría mayor opción que la de detener el ataque bélico y retornar a las vías diplomáticas. Encuestas recientes señalan que la mayoría de estadounidenses desaprueba continuar con la guerra en Irak, por lo que resulta predecible imaginar el escenario de oposición interna que se desataría ante cualquier otra acción militar, sobretodo en un país con un sistema democrático como el de los Estados Unidos. De igual manera, sería totalmente irresponsable por parte del gobierno de Bush dejar el cargo a su sucesor con la obligación de afrontar otra guerra, si asumimos que la guerra en Irak se va a prolongar más allá del 2008, tal como parece.
En el ámbito externo, se advierte claramente que la política exterior estadounidense ha perdido legitimidad y apoyo. Las violaciones a los derechos humanos de personas acusadas por terrorismo por parte de los agentes estadounidenses, han merecido el rechazo y la condena de numerosos países. El Parlamento Europeo ha reprobado este tipo de prácticas clandestinas - basadas en el secuestro y tortura de los presuntos terroristas, y en muchos casos sin basarse en pruebas fehacientes- porque muchos de estos secuestros se han realizado en tierras europeas, gracias a los privilegios que posee la CIA para desplegar una red de aeropuertos clandestinos en numerosas partes de Europa.

Por otro lado, la situación en Irak se viene deteriorando cada vez más, y difícilmente los norteamericanos puedan cumplir con su objetivo de “democratizar” el país, aunque se envíe mayor contingente militar, o se amplíe el presupuesto de guerra. Asimismo, muchos países miembros de la coalición, entre ellos el Reino Unido, vienen programando el retiro paulatino de sus tropas destacadas en Irak. Estados Unidos se viene quedando solo, y concebir que se produzca un nuevo “Vietnam” en Irak no sería para nada descabellado. En tal sentido, asumir una empresa como la de invadir Irán encontraría mucho menor apoyo internacional como el que hubo para invadir Irak, y si más bien, mayores y más fuertes opositores.

China y Rusia, ambos miembros del Consejo de Seguridad con derecho a veto (como los Estados Unidos), se han mostrado reacios a aplicar sanciones severas a Irán debido a los importantes intereses económicos que los dos países tienen en dicha región. Hay que agregar también, las últimas declaraciones de funcionarios rusos, entre ellos el presidente Putin, contra los Estados Unidos y sus pretensiones de instalar un sistema antimisiles en Polonia y República Checa, ambos ex-satélites de la otrora Unión Soviética. El intercambio de agrias declaraciones ha deteriorado las relaciones entre ambos países, y ha llevado a muchos analistas a considerar el escenario de una “nueva guerra fría”.

De tal manera que, una eventual decisión estadounidense de efectuar una acción militar en Irán, probablemente sería vetada por uno de estos dos países en el Consejo de Seguridad de la ONU. Estados Unidos no tendría ninguna otra opción más que pasar por encima de las Naciones Unidas, tal como lo hizo en la invasión a Irak, y verse aún más deslegitimado y aislado en sus pretensiones militaristas.

Por último, hay que señalar que un conflicto en Irán recrudecería aún más el inestable escenario político en Oriente Medio. La oposición y el descontento contra los Estados Unidos abrirían el camino a la formación y el fortalecimiento de organizaciones islámicas fundamentalistas, y legitimarían en mayor medida las acciones terroristas en contra del invasor norteamericano. Las llamadas a la “yihad”[1] no se harían esperar, y seguramente tendrían mayor eco entre la población musulmana. En suma, el terrorismo internacional se vería reforzado, y se podría entrar en una espiral de violencia de consecuencias catastróficas para el planeta.

Después de tomar en cuenta todos estos factores, ahora se puede comprender mejor porqué los funcionarios iraníes defienden con tanto ardor su programa nuclear, y parecen no importunarse demasiado por la constante presión internacional y el peligro de una agresión externa. Sin embargo, como sostuve previamente, la administración Bush ha dejado claro que la sensatez no es preponderante a la hora de tomar decisiones de trascendencia global. Lo único que se puede afirmar categóricamente es que, la violencia sólo generará más violencia.

[1] La “yihad” significa “guerra santa” en el Islam. Muchos tienden a asociar el islamismo como una religión que pregona la violencia, pero es necesario recordar que la “yihad” se emplea sólo en caso de una agresión externa, en tal sentido, es una guerra defensiva.

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